En
un pueblo de la América
profunda, uno de esos lugares habitualmente definidos por la tradición, la
religiosidad, y la pobreza, viven los Parker, una familia aparentemente estable
y normal. Sólo aparentemente, claro. La familia está compuesta por los padres y
sus tres hijos, Iris, Rose y Rory. La madre, Emma, muere al principio de la
película (así que no es spoiler, podéis seguir leyendo), por una extraña y
terrible enfermedad que llevaba padeciendo desde hacía tiempo. La familia queda
destrozada, y el padre, Frank, decide encomendar a la hija mayor, Iris, la
tarea que venía realizando su esposa, un trabajo fundamental para seguir
manteniendo sus tradiciones, que se remontan a más de doscientos años atrás. Al
fin y al cabo, Iris ya tiene 16 años, y en épocas antiguas era normal que las
jóvenes a esa edad ya tuviesen que asumir responsabilidades familiares e
incluso difíciles pruebas enviadas por el Señor. Su hermana, Rose, de 14
años, le ayudará. Rory sólo tiene 4 años, es demasiado pequeño para entender la
importancia del legado que se ha transmitido hasta ellos durante generaciones.
Frank debe explicarles a sus hijos, a los que tanto quiere, que todo lo hacen
por la voluntad de Dios, que hace ya siglos salvó a sus antepasados por la
fuerza de su fe, y ellos ahora tienen que demostrarle su gratitud para que Él
les siga salvando. En la Semana
del Cordero, los Parker preparan una comida muy especial, realizan su ritual,
dan gracias al Señor por todos sus dones, y comen... sólo que la carne que
comen no es precisamente de cordero. Pronto la policía empieza a descubrir
indicios sobre numerosas desapariciones ocurridas en la zona en los últimos
años. ¿Saldrá a la luz el terrible secreto de los Parker?
Somos
lo que somos (We are what we are), es una película independiente, estrenada en
2013, pero no sé si en España salió directamente en dvd o fue al cine. Donde yo
vivo difícilmente habría llegado al cine, ya que ni la zona ni el público son
aptos para estas rarezas. Afortunadamente pude alquilarla en mi videoclub, uno
de los pocos reductos rescatables de mi querida ciudad, donde todavía se puede
acceder a algo más que blockbusters comerciales. En realidad los blockbusters
comerciales me encantan, pero a veces tengo la inquietud de ver algo
diferente... aunque la mayoría de las veces las películas de autor, que tanto
gustan a los críticos normales, a mí me parecen aburridas o insufribles... pero
esta vez no. Somos lo que somos fue una agradable sorpresa. Su director, Jim
Mickle, realizó en 2010 Stake Land, otra joyita desapercibida de videoclub (al
menos en España), englobada en el género fantástico y ambientada en una América
post-apocalíptica llena de vampiros-zombies o zombies-vampiros; un tema muy
repetido ya, pero con un tratamiento relativamente original y una atmósfera
melancólica y a la vez escalofriante. Y el año pasado, ya con más presupuesto y
reparto conocido, dirigió Frío en julio, otro thriller indie de la América profunda que
cuenta nada menos que con Michael C. Hall (también conocido como Dexter,
nuestro psicópata preferido), y las viejas glorias Sam Shepard y Don Johnson;
película que tal vez suponga su salto a la fama, y que ha participado en el
Festival de Sundance.
Somos
lo que somos, que ha pasado también por festivales, los de Cannes y Sitges,
resulta que es un remake de una película mexicana de 2010, llamada Somos lo que
hay y dirigida por Jorge Michel Grau. La adaptación de Jim Mickle es bastante
libre, teniendo en común con el film original su impactante argumento y el
protagonismo de una familia de "peculiares" y macabras costumbres,
pero el desarrollo de la acción y el tono difieren mucho en ambas películas. La
cinta mexicana se decanta por el drama social, mostrando la dura realidad y la
miseria de una parte de la población, y es bastante explícita en sus escenas
truculentas, al parecer; digo "al parecer" porque no la he visto ni
tengo intención de hacerlo, sabiendo lo impresionable que es mi estómago y mi
cerebro. La película norteamericana se sustenta más en la atmósfera y la
ambientación que nos van sumergiendo en la vida de ese pueblo, donde a veces
parece haberse detenido el tiempo, y en las costumbres de esta familia influida
por un patriarca inflexible y a la vez abnegado, para el cual lo más importante
son sus hijos y la fe inquebrantable que les lleva por territorios oscuros y
muy perversos. Pero ¿compartirán sus hijos su punto de vista, a pesar del
cariño que les une a su padre?
El
director imprime a su obra un tono sugerente y en cierto modo elegante, y
aunque no hace hincapié en lo sangriento (esto no es La matanza de Texas ni
Hostel, afortunadamente), tampoco elude escenas perturbadoras o espeluznantes
(incluyendo una bajada al sótano de los horrores, especialmente inquietante cuando
se contempla a través de la mirada del pequeño Rory, con su mezcla de
inocencia, curiosidad y miedo).

Antes
de terminar mi larga crítica, como todas las que yo hago, tengo que mencionar
al principal colaborador de Jim Mickle: Nick Damici, coguionista del director y
actor en todas sus películas. En Stake Land era uno de los protagonistas,
aunque como actor no me convence mucho; a mí me recordaba a Mickey Rourke en su
etapa macarra actual, pero sin su carisma. Me quedo con su faceta de escritor
de inquietantes y sórdidas historias.
Somos
lo que somos es justo eso, una historia sórdida, inquietante, con un argumento
macabro y muy perverso (aunque hoy en día ya estamos de vuelta de todo), y a
pesar de eso su ritmo es pausado y la melancolía y la belleza envuelven gran
parte del metraje. Sus detractores dicen que es una película lenta y aburrida,
ya que no hay hachazos cada 15 minutos ni la sangre salpica al espectador. Las escenas
violentas, que las hay, no son muy explícitas, excepto... Sólo diré que el
final sí que es brutal y te deja descolocado, ya que rompe totalmente con el
estilo del film hasta aquel momento. Te quedas con la boca abierta y con ganas
de decir la frase esa que está tan de moda entre la juventud: “what the f...?”
En mi opinión, eso le da aún más originalidad a la peli y le quita la etiqueta
de “previsible”. Pues eso, una joyita inclasificable, original, muy indie, y
muy, muy inquietante. La recomiendo totalmente, eso sí, no esperéis hachazos
cada 5 ni cada 15 minutos, que de esas ya hay muchas.