lunes, 25 de julio de 2011

Balada triste de trompeta: Los payasos salvajes / Agua para elefantes: Romance bajo la lona

Había una vez dos payasos que trabajaban en un circo, a principios de los años 70, y a finales de la dictadura franquista. Javier, el Payaso Triste, es pacífico, romántico, asustadizo. Su infancia y juventud estuvieron marcadas por la separación de su padre, preso en la Guerra Civil y condenado a trabajar en el Valle de los Caídos. Sergio, el Payaso Tonto, es el artista más popular del circo: carismático, con madera de líder, de carácter dominante y desequilibrado, a veces psicópata y violento. Entonces se convierte en el Payaso Feroz. Los dos payasos están enamorados de Natalia, la trapecista, que se mueve como una mariposa veloz, también desequilibrada, en ocasiones con las alas y el alma rota. Ella también los quiere a los dos a su manera. El problema es que Natalia es la mujer de Sergio, el Payaso Tonto / Feroz. Sergio, a veces (muchas veces) vuelca sus frustraciones y su ira sobre Natalia. Los dos se quieren con un amor furioso, destructivo, profundamente doloroso. Natalia, la chica rota, necesita a Sergio, pero también necesita el refugio de Javier, el Payaso Triste y Bueno. Javier podría ser su tabla de salvación. Pero el amor puede transformar y sacar lo mejor y lo peor de cada uno. Y este no es un cuento feliz ni mucho menos convencional, sino una historia oscura y salvaje.

Había una vez un joven estudiante de veterinaria, llamado Jacob, que, tras la muerte de sus padres en un accidente, se encuentra en la pobreza, en los años 30, época de la Gran Depresión americana. Entonces entra a trabajar en un circo como cuidador de los animales. Allí se enamora de Marlena, la amazona que hace equilibrios con la elegancia de una bailarina y la agilidad de una atleta, y cuida a sus caballos con el cariño de una madre. Marlena y Jacob tienen en común su dedicación a los animales, y así surge entre ellos una amistad que pronto se transforma en algo más. Pero Marlena está casada con August, el dueño del circo, un hombre enérgico, entusiasta, capaz de mantener el negocio y a las familias que trabajan en él. Ese es su lado positivo, pero, en sus momentos de bajón, se vuelve inseguro, desequilibrado y tiránico. Quiere con locura a Marlena, pero este amor a veces le trastorna. Marlena le quiere, tiene gran dependencia de él y también le teme. Cuando el circo adquiere a Rosie, una elefanta asustada, los lazos que unían a Jacob y Marlena se hacen más fuertes y el carácter peligroso de August se pone de manifiesto.

Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, y Agua para elefantes (Water for elephants), de Francis Lawrence, son dos películas con muchos elementos que las unen y las diferencian. La base argumental es muy parecida, y la hemos visto muchas veces: pobre chica atrapada entre dos amores, con dificultades para elegir entre el chico bueno y el chico malo, desembocando esta situación en un triángulo letal. Además, las dos historias se desarrollan en el mundo del circo, en épocas pasadas y en ambientes de casi pobreza. Sin embargo, el desarrollo de la idea central y los estilos de las dos películas son opuestos. Balada triste de trompeta es una tragicomedia negra, cruda y desmelenada. Álex de la Iglesia, que nunca ha hecho concesiones a la comercialidad (excepto en Los crímenes de Oxford, y no tuvo mucho éxito), se explaya en este film repleto de sus señas de identidad inconfundibles: humor bestia, personajes muy desquiciados, un plantel de secundarios peculiares, y una secuencia de acción en lo más alto de un alto edificio. El resultado es un auténtico deleite para sus fans más fieles; para los que somos un poco fans, pero no tanto, es una cinta interesante y original en principio, que se transforma en un delirio surrealista e hiperviolento, y en mi opinión, un despropósito. Lo mejor son los actores, sobre todo el grandísimo Antonio de la Torre, espectacular en el papel del Payaso Tonto, un villano bipolar, demente y brillante. También están muy bien Juan Carlos Areces, el Payaso Triste, un personaje aparentemente inocente y entrañable, con un lado muy, muy salvaje; y Carolina Bang, la chica guapa, torturada y también muy loca (bueno, aquí es que están todos muy locos). En mi opinión, Antonio de la Torre da un recital de interpretación y es lo mejor de la película.


Agua para elefantes podría definirse como un drama romántico y clásico. Francis Lawrence es uno de estos directores de Hollywood que no se ha distinguido por tener un sello propio ni una personalidad característica en sus películas. De hecho, sus dos largometrajes anteriores, Constantine y Soy leyenda, son films comerciales que no gustaron mucho a los críticos (a mí sí, ya sabéis que soy muy rara). Agua para elefantes sí que tiene un estilo más personal y me ha gustado bastante, ya que no es el pastelón romántico que yo pensaba que sería, sino una cinta con historia, sensibilidad y aire de cine de antaño. En este caso el guión (aunque es una adaptación de una novela) parece estar hecho para el lucimiento de Christoph Waltz, que lo borda interpretando al celoso, maltratador y atormentado August, aunque a mí en ocasiones me llegó a cansar un poco: tiene demasiados monólogos filosóficos e intelectuales a lo largo de la cinta, emulando a su exitoso villano de Malditos Bastardos, el malísimo coronel Hans Landa. También están muy correctos los otros dos protagonistas. Robert Pattinson es Jacob, el chico bueno (es uno de los actores más injustamente odiados de Hollywood, debido a su intervención en la saga Crepúsculo). La guapa y desgraciada Marlena es Reese Witherspoon, actriz con talento y carisma, aunque también ha hecho bodrios como casi todo el mundo.

Balada triste de trompeta y Agua para elefantes son dos visiones opuestas de un mismo tema: triángulos románticos, amores desgraciados que llevan a la locura, ambientados en el mundo del antiguamente mayor espectáculo del mundo. Yo os recomiendo las dos, y que cada uno juzgue por sí mismo; sobre gustos no hay nada escrito.

lunes, 4 de julio de 2011

Midnight in Paris: Sueños de un escritor


Gil, un joven guionista de Hollywood, que aspira a convertirse en escritor de novelas, se encuentra de viaje por París con su prometida Inez y los pijos padres de ella, John y Helen. El romántico e idealista Gil parece insatisfecho con la vida y el entorno que le rodean, y desearía haber conocido el París de los años 20, paraíso de intelectuales, artistas y escritores, y cuna de la cultura europea y americana. Una noche, paseando por el Barrio Latino, se ve transportado a la época de sus sueños, donde conocerá a personajes como Hemingway, Fitzgerald, Picasso y Dalí. Midnight in Paris es la 42ª película (aproximadamente) del genial Woody Allen, que, como ya sabemos, es uno de estos directores prolíficos que van casi a película por año. Vamos, que hace películas como rosquillas. Muchos opinan (y yo también) que esto lo puede hacer porque sus obras son muy parecidas entre sí, y en ellas se suelen repetir los mismos temas, patrones y obsesiones. Básicamente, yo diría que el cine de Woody Allen se puede agrupar en dos géneros: las comedias de humor más o menos amable, intelectual y con personajes neuróticos; y los dramas psicológicos y obsesivos, con temas recurrentes como las relaciones de pareja (y sus fracasos), el destino y la culpa. Las comedias yo las dividiría también en dos grupos: aquéllas en las que él dirige e interpreta a uno de los personajes (generalmente el protagonista, aunque no siempre, sobre todo últimamente que está mayor); y aquéllas en las que sólo está detrás de la cámara, en cuyo caso el papel del actor protagonista es un alter ego del propio Woody Allen. A mí me suelen gustar las comedias en las que actúa, con su estilo único e inconfundible; me parecen mucho más divertidas que las pelis en las que otro actor hace de él, por muy bueno y conocido que sea éste.


Midnight in Paris pertenece al grupo de las comedias en las que Allen no actúa, y según mi criterio no me debería gustar, pero sí, sí que me ha gustado. El actor que esta vez hace de Woody Allen, interpretando al patoso Gil, es el rubio de gran nariz Owen Wilson, uno de los reyes de la comedia hollywoodiense descerebrada. Normalmente me parece muy histriónico en sus papeles y no lo aguanto mucho, pero aquí lo hace realmente bien, interpretando a un personaje cercano, muy humano, con sus sueños, sus frustraciones, que no acaba de encontrar su lugar en el mundo, alguien con quien todos nos podemos llegar a identificar. Su carácter es totalmente opuesto al de su novia, la muy pija y muy segura de sí misma Inez, interpretada por Rachel McAdams, otra actriz que no me gusta mucho (debe ser porque siempre la identifico con su papel en El diario de Noa, una película que me parece muy cursi y empalagosa). Pero aquí también está muy acertada, sobre todo porque su personaje parece una parodia de sí misma. Los dos componen una pareja extraña, de estas parejas que uno se pregunta cómo pueden estar juntos y a punto de casarse, si son el día y la noche. Gil se encuentra desubicado, tiene la sensación de no pertenecer al mundo de Inez, tal vez ni siquiera a su propio mundo, y busca una vía de escape viajando mágicamente a otras épocas. Como es habitual en los films de Woody Allen, hay bastantes caras conocidas en el reparto, aunque no tantas como otras veces, creo yo. Hay que destacar a la guapa Marion Cotillard, a Kathy Bates, y al camaleónico Michael Sheen, que resulta totalmente creíble en cualquier papel que haga. Aquí realiza un personaje también habitual en el cine de Allen: el del hombre perfecto, que todo lo sabe y todo lo hace bien, y que saca de quicio al protagonista patoso, sobre todo porque amenaza con robarle a la chica. También hay una corta actuación de Adrien Brody, interpretando a un hilarante y surrealista Dalí (como no podía ser de otro modo), obsesionado con los rinocerontes. Y otro pequeño papel para la primera dama francesa, Carla Bruni. Con Midnight in Paris, Woody ha retomado el estilo y el nivel de calidad que tanto nos gusta a sus fans, y que últimamente parecía haber perdido un poco. Es un bonito retrato de la ciudad de París, del mundo del arte y de épocas pasadas. Las paradojas temporales funcionan como una metáfora sobre la nostalgia y la búsqueda de la felicidad. Porque se trata, en esencia, de una comedia romántica, elegante y filosófica, que nos hace preguntarnos: ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?