domingo, 6 de marzo de 2011

Las seis esposas de Enrique VIII: Amor, poder, y terror en la corte

Inglaterra, 1509. Enrique VIII es coronado tras la muerte de su padre, el rey Enrique VII. Antes se había casado con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos de España y cuñada de él, porque era la esposa de su hermano mayor, Arturo, heredero al trono y fallecido 8 años antes a consecuencia de unas fiebres. En el momento de la boda, Enrique tenía 18 años y Catalina 24. Catalina fue la primera de las esposas de Enrique VIII, quien a lo largo de su reinado de 38 años se casó 6 veces, cambió a todo el país de religión, mandó ejecutar a media corte (es un decir, pero sí se llevó por delante a muchos de sus allegados, entre ellos a dos de sus esposas), y en definitiva, provocó importantes cambios a nivel político y religioso, marcando uno de los periodos más convulsos y fascinantes en la historia de Inglaterra y de Europa. Enrique anhelaba tener un heredero varón, pero todos los niños que daba a luz Catalina nacían muertos, morían al poco de nacer, o ni siquiera nacían. La única hija que sobrevivió fue María, la futura María Tudor. Enrique VIII, después de tener varias amantes, se encaprichó de una de las jóvenes de la corte, Ana Bolena, y como el Papa Clemente VII no quería anular su matrimonio con Catalina, decidió anularlo por su cuenta. Fue entonces cuando creó la Iglesia Anglicana, separando a su nación de la religión católica y del poder de Roma. En 1533 se divorció de Catalina, la mandó a un castillo lejos de allí y se casó con Ana Bolena. Ese mismo año nació su hija Isabel (la futura Elizabeth I que fue la que finalmente reinó durante 44 años), pero después Ana no tenía más que abortos y bebés muertos. Así que Enrique, que seguía obsesionado con lo del heredero varón, y ayudado por los intrigantes de su corte, terminó acusándola de adulterio múltiple, traición, brujería, y hasta incesto con su hermano Jorge Bolena, vamos, todo lo que se le ocurrió para quitarla de en medio. Se ha demostrado que todos los cargos eran falsos, pero de poco le sirvió a la pobre Ana, que fue condenada y decapitada en 1536. Enrique, que no paraba, ya se había fijado en otra dama de la corte, Jane Seymour, con la que se casó pocos días después de haber ejecutado a su segunda cónyuge. La tercera mujer de Enrique VIII fue la que le dio por fin un heredero varón, el príncipe Eduardo, que nació en 1537. Fue siempre un niño de frágil salud y murió con sólo 16 años, pero por lo menos le dio tiempo a reinar durante 6 años, tras la muerte de su padre, siendo sucedido por su hermanastra María Tudor. Jane murió dos semanas después de nacer su hijo; fue la esposa a la que más quiso Enrique VIII, ya que le dio su ansiado heredero (además, como murió pronto, tampoco le dio tiempo a cansarse de ella). En 1540, Enrique volvió a casarse, esta vez con Ana de Cleves, una noble alemana. Fue un matrimonio de conveniencia para intentar aliar a Inglaterra con los protestantes alemanes. A Enrique su esposa no le parecía nada atractiva físicamente, y este motivo, unido a la nueva alianza del rey con el emperador Carlos V, hizo que esta unión durara sólo 7 meses. Enrique anuló el matrimonio, Ana, que tenía mucho sentido común, no puso inconveniente, le dieron un montón de títulos nobiliarios y posesiones, y quedaron tan amigos. Vamos, que se libró de una buena, porque a Thomas Cromwell, que había impulsado este matrimonio, sí que lo condenaron a muerte. En 1540, el mismo día de la ejecución de Cromwell (el bueno de Enrique no tenía muchos escrúpulos para estas cosas), el monarca se casó con su quinta esposa, Catalina Howard, que era mucho más joven que él. Enrique ya era viejo, gordo, con gota y úlcera, así que la pobre Catalina se tuvo que buscar otros entretenimientos fuera del matrimonio y se echó un amante, el cortesano Thomas Culpeper. Cuando se descubrió esto y que Catalina había tenido otro amante antes de casarse, Francis Derham, los tres fueron ejecutados. En 1543, Enrique ya estaba fatal de salud, pero de todas formas se casó con su última esposa, Catalina Parr, una viuda rica. A ésta le fue bastante bien, porque el rey murió antes que ella. Aún así, estuvo a punto de llevarla también a la Torre de Londres por atreverse a discutir de religión con su esposo (Catalina era calvinista). Sin embargo, la perdonó y fueron razonablemente felices hasta la muerte del rey; ella incluso logró reconciliarle con sus hijas María e Isabel, a las que había mandado lejos, a otros palacios, y declarado ilegítimas, renegado de ellas, y yo que sé cuántas cosas más.


Todo este culebrón se cuenta, y muy bien contado, en Las seis esposas de Enrique VIII (The six wives of Henry VIII), miniserie producida por la BBC en 1970. La serie tiene 6 episodios, correspondientes a cada uno de los matrimonios. En la producción se nota la calidad y el rigor histórico con que se narran los acontecimientos: se nota que se han documentado bien. La recreación de la época, los escenarios, la caracterización de los personajes, son muy acertados. Algunos personajes, como Jane Seymour, Cromwell, y sobre todo el arzobispo Thomas Cranmer, son clavados a los que aparecen en los cuadros de la época. Vamos, que viéndola te transportas al siglo XVI, excepto quizás por la forma de decir los diálogos, que me parece demasiado solemne, muy de teatro clásico. Especialmente emocionantes y dramáticos son los capítulos de Jane Seymour, Catalina Howard y Ana Bolena; estos dos últimos tienen, además, unas escenas de torturas a prisioneros bastante espeluznantes. Los actores no son conocidos, yo por lo menos no los conozco de nada, pero desde luego están todos fantásticos; destaco a Keith Mitchell como el omnipresente Enrique VIII, impresionante sobre todo en los últimos capítulos, con ese maquillaje de rey viejo y enfermo, y ese aire entre amenazador y grotesco. No voy a comparar esta serie con otras adaptaciones que se han hecho sobre el tema porque todas las que he visto me han gustado (sí, también me gusta Los Tudor, aunque hayan puesto al modelo de pasarela de Jonathan Rhys Meyers para hacer de Enrique VIII). Total, que merece la pena rescatar esta serie, todo un clásico, para contemplar una historia real llena de intrigas palaciegas y de alcoba, chanchullos políticos y persecuciones religiosas, donde había que moverse con inteligencia para no acabar en la hoguera, en el potro o sin cabeza, y donde los destinos de los personajes estaban gobernados por un rey caprichoso, una especie de Barba Azul al que sus súbditos y sus mujeres, sin embargo, mostraban gran devoción, incluso cuando estaba a punto de matarlos, y es que en aquella época, el Rey estaba justo por debajo de Dios, y la religión se usaba para dominar a la gente. Tremendo.