Estamos en un futuro
postapocalíptico y devastado, otra vez. Tras una serie de guerras civiles,
Estados Unidos, que ahora se llama Panem, es un territorio lleno de contrastes.
El Gobierno se encuentra en la ciudad del
Capitolio, donde la gente vive rodeada de lujo, tecnología y excentricidad.
Esta ciudad está rodeada por 12 distritos, en los que la vida es mucho más
dura, la pobreza abunda y el ambiente es como de Revolución Industrial o Crack
del 29, pero peor. Cada año se celebra una competición muy letal; los
participantes son dos jóvenes de cada distrito (un chico y una chica), elegidos
por sorteo, y todos tienen que luchar a muerte en un bosque, hasta que sólo
quede uno, que es el vencedor, y después de eso ya tiene la vida resuelta (qué
menos). Son los Juegos del hambre, símbolo del sometimiento de los distritos a
la dictadura del Gobierno. Como es lógico, esta versión brutal de
Supervivientes despierta siempre la expectación y el morbo de los ciudadanos,
sobre todo los del Capitolio, que no tienen nada mejor que hacer, y que se lo
pasan en grande viendo las mejores jugadas en pantallas gigantes, animando a
sus favoritos y llorando cuando éstos mueren.
Los juegos del hambre
(The hunger games), de Gary Ross, es la adaptación de la primera novela de la trilogía
del mismo nombre, escrita por Suzanne Collins. El gran éxito de la película ha
convertido a esta primera parte y a las otras dos, En llamas y Sinsajo, en
lecturas superventas, destinadas sobre todo a los adolescentes, como el fenómeno Crepúsculo, así que las comparaciones han sido inevitables. Sin embargo, la saga
de los Juegos no parece despertar tantos odios entre el público adulto como la de los jóvenes
vampiros, que como ya sabemos es la más aborrecida de la historia del cine y la
literatura. A mí, que soy tan rara, me encanta Crepúsculo y me ha fascinado Los
juegos del hambre. Sí, es una peli comercial, y es la primera de una franquicia
dirigida a un público (muy) juvenil, y, como en Crepúsculo, hay un triángulo
amoroso entre la heroína protagonista y dos guapos jóvenes: un rubito de aspecto
atormentado y un moreno apuesto y musculoso. Pero también hay un cierto toque
indie en esta cinta, hay una descripción, bastante aterradora, de un universo
lleno de brutales diferencias sociales, y un mensaje de advertencia acerca de
lo que nos espera, y a lo que nos estamos encaminando (ya sé que esto está muy
visto, pero ¿qué argumento no lo está?) Los efectos especiales no son
apabullantes y están al servicio de la historia, no al revés. Y además, la
prota es Jennifer Lawrence, que estuvo nominada a mejor actriz por Winter’s
bone, y a la que aquí vemos en un registro parecido (salvando las distancias),
como chica dura, autosuficiente y sostén de su familia (este personaje, Katniss Everdeen, no tiene nada que ver con la lánguida Bella de Crepúsculo). También tenemos algunos
secundarios de lujo, como Woody Harrelson, que se sale, como siempre, Stanley
Tucci, Toby Jones, el maravilloso Wes Bentley y la vieja gloria indiscutible
Donald Sutherland (los peinados y la ropa hortera de Stanley Tucci son dignos
de ver). Pues yo os recomiendo Los juegos del hambre, y, aunque odiéis Crepúsculo
como todo el mundo, olvidad las comparaciones y dadle una oportunidad. Creo que
merece la pena ese viaje a una realidad distópica desde una América profunda y
salvaje hasta un mundo hipertecnológico y deshumanizado. Hay emoción, romance
casi imposible, entorno futurista, y, si conseguís que no os moleste el filtro
adolescente, podéis sumergiros en la historia como me ocurrió a mí. Sólo puede
quedar uno.